La “nueva normalidad” de Xi Jinping China rica y poderosa
La República Popular China celebra 40 años de su asombroso proceso de reforma y apertura, lanzado por Deng Xiaoping en diciembre de 1978 durante la III Sesión Plenaria del XI Comité Central del Partido Comunista chino. Desde 1979, se puso en marcha la llamada gaige kaifang y en los años posteriores Deng, sucesor de Mao Zedong, comenzó a ejecutar, como un orfebre, una por una sus piezas principales, por ejemplo en la famosa gira de 1982 por el Sur de China (ciudades de Shenzhen, Zhuhai, Foshan y Guangzhou) en un contexto de reformas económicas, creación de zonas especiales para el experimento y apertura a las inversiones extranjeras y al desarrollo.
En aquel invierno del ‘78 se dio por cerrada la Revolución Cultural (1966-1976, aunque en verdad ya para 1970 se había diluido) calificada como “caótica” en esas sesiones del Partido, que luego concluyó que Mao, el fundador del Estado moderno, del cual este año también se cumplirán 70 años (el 1º de octubre de 1949 nació la República Popular), había acertado en 70 por ciento de sus decisiones y fallado en el 30 por ciento restante. Con todo lo colosal que fue el giro revolucionario de Deng respecto de las políticas de Mao, hubiera sido imposible su éxito sin la parte buena de la herencia maoísta: alfabetización del pueblo, duplicación de la esperanza de vida, un PIB industrial 38 veces mayor y una industria pesada 90 veces más grande comparados ambos indicadores con los de 1949, y finalmente algo no cuantificable, pero esencial: la recuperación del orgullo nacional tras el “siglo de humillación” que le propinaron Occidente y Japón desde las Guerras del Opio de mitad del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX.
Por varias décadas, China creció a más de 10 por ciento anual, el PIB por habitante subió más aún, unas 800 millones de personas salieron de la pobreza, pasaron los mandatos desde Deng (muerto en 1997) hasta Hu Jintao (2003/13) y ahora el liderazgo de Xi Jinping, con quien la economía china vive lo que en Beijing denominan “nueva normalidad”.
Occidente suele alarmar cuando se anuncian los datos del crecimiento chino, porque ciertamente bajaron de aquellos dos dígitos a 6/7 por ciento anual (6,6 el año pasado, y ciertamente fue la menor tasa desde 1990). Pero son las metas que se ha fijado el propio gobierno de China en esta etapa, incluso bajaría este año. Ahora se prioriza más la calidad que la cantidad, y suele ignorarse algo obvio: con un PIB actual de casi 13 billones de dólares, el segundo mayor del mundo tras el de Estados Unidos, una tasa de 6/7 por ciento agrega más valor que una de 10 por ciento sobre un PIB mucho menor como el que lucía China hace dos décadas. China sigue siendo la economía más dinámica del globo y, por su tamaño, la más determinante de la actual fase de la economía mundial, a la que contribuye casi con un tercio de su expansión.
La “nueva normalidad” de Xi, ajustando su marcha productiva a ese nuevo escenario, promueve una vía basada en la innovación y la fuerza endógena del desarrollo; es decir, ya no descansa, como antes, principalmente en las exportaciones y las inversiones externas. Y ha pasado, según el propio presidente, de una etapa de alto crecimiento a otra de crecimiento medio-alto. El empuje del consumo interno vía su creciente clase media y el extraordinario boom del comercio electrónico son esenciales. Y la innovación es un paso central. Innovar el mantra repetido en todos los discursos oficiales, junto al énfasis en el mercado interno, el tradicional rol del Estado planificador y estratega, la articulación con las cadenas globales de valor, el aprendizaje que hizo China de casos previos de industrialización o el salto salarial de estos años. Hay una enorme complejidad en una China que, en cada eslabón de su avance al desarrollo, debe agregar innovación.
China y Xi tienen como meta erradicar la indigencia en 2020 (antesala del centenario de la fundación del PCCh, en 1921) y llegar a ser en 2049 (centenario de la República Popular) un país socialista moderno. En ese sentido hay que señalar que, contra las cifras del crecimiento del PIB, las del PIB por habitante siguen sido más altas: 8,1 por ciento el año pasado. El sueño chino –otro slogan del gobierno– puede parecer una utopía. Pero el camino hacia él se aprecia apenas uno pisa cualquier ciudad china hoy.
Finalmente están la transición y la disputa tecnológica con Estados Unidos. La primera significa atender varios frentes, como la sobrecapacidad productiva que genera tensiones al comercio global, las reformas de gestión al interior de las empresas estatales, la reconversión de una economía fabril a otra más tecnológica y de servicios. Son todos asuntos complejos, que producen resistencias tanto los en sectores retrasados como en los dirigentes ligados a ellos, y por las cuales Xi, convencido de la necesidad de esas mutaciones, ha centralizado más su poder.
En las áreas de punta, las novedades son casi diarias: para citar sólo dos casos recientes, la llegada de una sonda al “lado oscuro” de la Luna –donde la base del Neuquén, en Argentina, jugó un papel importante– y el anuncio de Huawei de que este febrero lanza la telefonía 5G. Huawei es una empresa privada china, una de cuyas más importantes directivas afrontó, a fines de 2018, su detención por orden de la justicia norteamericana, síntoma claro de que la “guerra comercial” no es apenas por los aranceles aduaneros. Inclusive países europeos como Alemania o Italia quieren excluir a la firma china de su red 5G.
Todas estos cambios radicales constituyen el difícil tránsito a la “nueva normalidad” en el 40º aniversario de las reformas de Deng.
Xi, a quien Occidente le prodiga cada vez más críticas por su “autoritarismo”, suele colar la palabra “nuevo” en casi todo lo que impulsa, en un afán fundacional con que busca igualarse a otros padres de la patria anotados en la historia china. Por eso bautizó esta etapa como xin chang tai, donde xin significa justamente “nuevo” (chang es “normal” y tai, “manera o condición”). También en esa misma línea, suele hablar de “nueva era”, o xin (otra vez esa palabra) shidai. Pero la aspiración china a una sociedad rica y poderosa viene de miles de años. Los chinos tienen otra palabra para eso, fuqiang (riqueza y poder), y en el siglo XXI piensan abrazarla.
Por Néstor Restivo