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EN MANADA

Dos nuevas denuncias de ataques sexuales a menores, en Salta y Villa Elisa, se sumaron a la violación de una niña de 14 años en Miramar. Para los especialistas, se trata de “un crimen de poder” que intenta “disciplinar a las mujeres”, imposible de entender “fuera del contexto de violencia institucional”.

El horror se sumó al horror. En medio de la conmoción por la violación en grupo de una chica de 14 años en un camping de Miramar durante la celebración de Año Nuevo, ayer se conocieron otros dos casos muy similares, ocurridos también para esa fecha. Otra adolescente de la misma edad fue atacada en Las Lajitas, en Salta, y por el hecho están detenidos tres hombres y una mujer, acusada de encubridora. Y en Villa Elisa, La Plata, una joven de 15 denunció haber sido abusada sexualmente por siete hombres. Ya hay tres apresados. El denominador común fue la agresión en patota: según diversos especialistas, una manera de mostrar poder entre hombres, disciplinar a las mujeres y reaccionar ante el avance de los reclamos por la igualdad de género y el fin del sometimiento femenino.

Ayer se supo que la chica de Miramar no tenía lesiones defensivas, una situación compatible con el estado en que se encontraba tras haber sido alcoholizada. Los cinco acusados siguen detenidos (ver aparte).

En tanto, se conoció que también durante la madrugada del 1º de enero, una chica de 15 años fue atacada cuando caminaba rumbo a su casa en Villa Elisa, partido de La Plata. Por el hecho, tres jóvenes fueron apresados. Son todos mayores de edad y viven en un barrio cercano al lugar del episodio.

Además, otra adolescente de 14 años está internada en un hospital salteño luego de que su madre la rescatara de la casa en la que tres hombres mayores de edad la violaban. Para salvar a su hija, cuyos gritos escuchaba desde afuera, la mujer echó la puerta abajo.

“No recuerdo, en mis 25 años de juez, otro momento en que se haya dado una seguidilla como ésta –reflexiona el ex camarista Carlos Rozanski–. Esta reiteración es imposible de entender si no se remite a un contexto, a la situación del país y a la regional. Porque hay un contexto de violencia y de sometimiento.” “Yo destacaría dos aspectos –continúa–, porque éstos no son crímenes aislados. Por un lado, se están dando estos hechos aberrantes, habilitados por el contexto de violencia, de varios tipos de violencia. Por el otro, nuestra sociedad ya demostró que puede superar contextos muy difíciles, muy violentos, sabemos encontrar la salida. De situaciones violentísimas como la última dictadura, salimos con las Madres, las Abuelas, los organismos de derechos humanos. De la actual situación, con tanta violencia institucional, social y sobre todo política, tendremos que ver cómo salimos”.

El psicoanalista Sergio Zabalza explica, por su parte, que “en estas violaciones en grupo, de varios hombres con una mujer, lo más intenso es la atracción sexual entre los varones. Hay mucho erotismo entre ellos, la mujer queda desdibujada, esfumada. En esto discrepo con Rita Segato, que lo ve como una cuestión de narcisismo individual. El macho camina con la banda de pares en la cabeza y todo lo que hace es para que ellos lo tengan en cuenta: manejar autos de alta gama a alta velocidad, ganar mucho dinero, violar… Todos estos logros tienen sentido si los pares los ven”. Zabalza agrega que “el narcisismo es respecto de un Otro que quiero que me apruebe. El sujeto está en relación con un Otro, que siempre es un ideal. Por eso la actitud del macho es ‘voy a demostrarles a mis pares que soy muy macho y voy a someter a esta mujer’. El macho es el que se las coge a todas… para que los demás vean su potencia”.

Es justamente el accionar en “manada”, un término que se hizo popular luego de que se hiciera público que en España cinco hombres violaron a una joven de 18 años, el 7 de julio de 2016, durante las fiestas de San Fermín, en Pamplona. Esa denominación comenzó a utilizarse ahora para hablar de la violación en Miramar.

Para la psicoanalista Miriam Maidana, docente e investigadora de la UBA, hablar de manada “no es tan correcto, porque está relacionado con un grupo de animales, que, en tal caso, cazan para sobrevivir. Acá no hablamos de ese tipo de conducta. Hablamos de un ejercicio de poder sobre alguien en estado de indefensión”.

Pero Antonella D’Alessio, coordinadora y cofundadora de la red de Psicólogas Feministas y docente de la facultad de Psicología (UBA), considera que es adecuado: “Se trata de manadas de varones que se abalanzan sobre el cuerpo de las mujeres, de modo depredatorio, altamente disciplinador”. “Porque la manada es un grupo de seres de la misma especie que se protegen, se cuidan y si hay algo que hacen los varones con masculinidad hegémonica, entre ellos, para formar parte de esta corporación, es cubrirse, y logran, muchas veces, el silencio de las víctimas a través de amenazas”, apunta.

Una característica de la violación grupal, según Maidana, “es fantasear con la impunidad por estar en grupo” y “buscar ‘disculpas’ en el alcohol o el consumo de drogas”. “En toxicomanía tenemos claro que ningún consumo provoca en una persona lo que no hay por debajo, es decir, ni la droga ni el alcohol convierten en violador a un hombre. De lo que se trata es de una tendencia a una conducta ligada a la satisfacción sexual vía el sufrimiento y el sometimiento de una chica”, resaltó.

Susana Toporosi, psicoanalista infantojuvenil y coordinadora de Salud Mental del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, agrega el contexto creado a partir del NiUnaMenos: “Hay que pesar que en una sociedad patriarcal la construcción de la masculinidad pasa por un movimiento de alejarse de lo femenino. No hay que perder de vista que los varones son paridos, salen de un cuerpo de mujer. Entonces, hacerse hombres es hacerse autónomos. En el patriarcado lo que caracteriza a los hombres es la acción, lo autoritario. Por eso a veces aparecen estos actos de reafirmación de la masculinidad a través del sometimiento de alguien considerado débil (mujeres, adolescentes, trans). Porque lo central en una violación es que es un ejercicio de poder, de sometimiento, en el que la sexualidad es un arma o una herramienta. El varón necesita mostrarles a los otros varones cuán fuerte es (y necesita ocultar cualquier sospecha de su propia debilidad). En un momento en que el movimiento de mujeres está poniendo en cuestión el lugar del hombre como dominador y la mujer como sometida, la masculinidad en el contexto patriarcal reacciona con actos de extrema violencia. Y otra cuestión a pensar es el hecho de que la difusión de estos actos tan violentos propende a la reiteración y no a la prevención. Hay que pensar en para qué se cuenta esto, qué se cuenta y cómo se lo cuenta”.

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