Tenía 65 años Murió Héctor Timerman
En la madrugada de este domingo murió el ex canciller Héctor Timerman. Su deceso se produjo tras una larga batalla contra el cáncer pero también después de un largo proceso de persecución en el que participaron la justicia de Comodoro Py, el gobierno de Cambiemos, las instituciones de la comunidad judía, AMIA y DAIA, que hasta fogonearon una acusación contra Timerman por traición a la patria, delito que no se aplicaba en la Argentina desde 1955, cuando se acusó por traición a la patria a Juan Domingo Perón. Hasta el gobierno norteamericano le quitó la visa cuando urgía que continuara el tratamiento experimental contra el cáncer que había iniciado en Nueva York. Tuve la chance de cruzar unas palabras hace un mes, cuando estaba débil y apenas hablaba: lo ví satisfecho de haberle puesto el cuerpo y el alma a un gobierno distinto y seguro de que buscó, a través del Memorándum con Irán, una forma de destrabar la causa AMIA, paralizada desde hace casi 25 años.
Rodeado de su esposa Anabel, de su hermano, de sus hijos y su nieta, Héctor la peleó con todas sus fuerzas contra el cáncer de hígado. La batalla corrió en paralelo con la persecución judicial y política feroz por un Memorándum que fue votado por las dos Cámaras del Congreso. La oposición que luego se integró a Cambiemos y el fiscal Alberto Nisman empezaron por acusarlo a él y a la ex presidenta Cristina Kirchner por encubrimiento, dado que –según decían– el tratado favorecía a los sospechosos iraníes. Los grandes medios fueron comparsa de la persecución contra Timerman, lo hostigaron de todas las maneras posibles. Lo insólito es que el propio régimen de Teherán se negó a ratificar la firma, o sea que los supuestamente favorecidos por el Memorándum, al final no lo quisieron.
Este sólo hecho tira por tierra cualquier acusación porque, además, el Memorándum nunca entró en vigencia. Nunca se dio ni siquiera un paso, de manera que no podía tener efectos reales, jurídicos.
Se podía decir que el tratado era bueno o malo, pésimo, pero no un delito. Y menos que menos traición a la patria. La AMIA y la DAIA empujaron esa acusación alentando el viejo adaggio antisemita: judío, traidor a la patria.
Al ver que sus fuerzas se extinguían, Timerman pidió declarar cuanto antes. Lo hizo acompañado de sus abogados, Alejandro Rúa y Graciana Peñafort. Explicó paso por paso cómo se gestó el Memorándum que, además, tenía el apoyo de Interpol, que quería avanzar en la causa y evitar los choques entre Argentina e Irán. Timerman explicó y documentó que la firma del tratado no implicaba ninguna ventaja para los iraníes e incluso el secretario general de Interpol, el norteamericano Ronaldo Noble, dijo públicamente: «la acusación contra Timerman es falsa».
El ex canciller negó una y otra vez la existencia de la supuesta reunión secreta de Aleppo, en Siria, con su par iraní. No hubiera sido ningún delito, es facultad de un ministro negociar con otro país. Y hasta se publicitó en la agencia Télam que Timerman viajó a Aleppo, información que dio el propio Timerman. Pero allí se vio con el presidente sirio, no con el canciller iraní Salehi, algo que no era delito. Es más, ya se habían encontrado con Salehi anteriormente.
Le hicieron la vida imposible. Con aquella declaración, que tuvo que hacer desde su casa ante el juez durante horas y horas. Y, de inmediato, con el gobierno norteamericano cancelándole la visa para que siga con su tratamiento. La Cámara Federal terminó revocándole la imputación por traición a la patria y Estados Unidos finalmente le permitió volver al tratamiento, aunque se había perdido un tiempo precioso. Washington le hizo pagar el atrevimiento de haber detenido un avión en el que traían al país material bélico, de seguridad y de espionaje no declarado a las autoridades argentinas.
Se va un luchador, un hombre que se entregó 24 horas al proyecto de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Era peronista hasta la médula y argentino no sólo por nacimiento y por nacionalidad, sino por pasión. Fue, además, el orgulloso hijo de otro gran perseguido: el inmenso Jacobo Timerman, emblema del periodismo argentino.