GUILLERMO NO DIO PISTAS DEL ONCE TITULAR Entrenamiento y fiesta

A horas de la Superfinal de la Copa Libertadores ante River, miles de personas desafiaron la tormenta y coparon la Bombonera para poder darle apoyo al plantel de Boca en la práctica a puertas abiertas organizada por el club de la Ribera. Entre forcejeos y empujones, una multitud aguardó en vano afuera, ya que la capacidad del estadio se vio totalmente desbordada, y por ese motivo fue clausurado por la Ciudad. La gente que hacía fila no paró de cantar desde las seis de la mañana, pero a las 18, cuando el plantel que comanda Guillermo Barros Schelotto saltó al césped, el aliento fue ensordecedor. En medio de un clima distendido, el entrenamiento fue liviano y duró apenas 25 minutos. No hay pistas del once titular.

Las puertas de la Bombonera debieron abrirse a las 15, una hora antes de lo previsto. De todos los puntos de la Argentina y hasta del exterior, hombres, mujeres y niños colapsaron el barrio de La Boca desde horas muy tempranas, lo que generó tumultos, corridas y desbordes en los alrededores de la puerta 6 de ingreso al estadio. En medio de semejante clima de locura, el delantero Mauro Zárate se animó a caminar entre la gente. El ex Vélez logró arribar a la práctica gracias al personal de seguridad, ya que no hubo operativo policial. La Bombonera se completó casi dos horas después de que se habilitaran las puertas y la dirigencia xeneize debió pedir a la gente que desistiera de acercarse al club.

La fiesta tuvo su clímax cuando los futbolistas se asomaron del vestuario para recibir un baño de cariño de su gente. En la previa, el cuerpo técnico ordenó delimitar la mitad de cancha con un cuadrado con dos arcos móviles que daban a las respectivas populares. Enseguida, el Mellizo ordenó un “loco” en el círculo central, con tres jugadores haciendo presión y pugnando por hacerse de la pelota. Un hincha con la casaca alternativa xeneize color rosado se metió al campo de juego y fue parado en seco por la policía; pero Tevez intercedió por el hombre con quien luego intercambiaron prendas (el ídolo le dio su pechera; el fanático, su gorra).

A continuación dos equipos de nueve hicieron fútbol en espacio reducido. Ya con el trabajo finalizado, los jugadores recorrieron el perímetro de la cancha batiendo palmas en señal de agradecimiento a su público, que deliraba en las gradas. Enseguida regresaron a los vestuarios, donde seguirán concentrados. Semejante muestra de amorosa fidelidad de parte de la hinchada seguramente tocó la fibra íntima de más de un jugador.

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