La despedida en Córdoba al ex gobernador José Manuel de la Sota El adiós a uno de los últimos caudillos
Desde Córdoba
A cajón cerrado y envuelto en la bandera argentina, Córdoba veló ayer los restos de José Manuel de la Sota, “el Gallego”, considerado por propios y extraños uno de los últimos caudillos “a la antigua” del peronismo nacional. El tres veces gobernador cordobés tenía 68 años y estaba preparándose para relanzarse como precandidato presidencial: una obsesión que jamás abandonó, y que se había juramentado cumplir, tragándose las lágrimas, aún en la misma noche en que perdió las primarias de 2015 con su entonces coequiper Sergio Massa.
En la Ruta 36, y a pocos kilómetros de donde también murió su padre en un accidente cuando “arañaba los 70”, De la Sota se estrelló contra la parte trasera de un camión doble acoplado cargado de cereales. Se estima que el político conducía su Volvo a unos 160, 170 kilómetros por hora cuando vio el camión. Intentó maniobrar, pero no pudo evitar el choque. Ocurrió el sábado, pocos minutos antes de las ocho de la noche, cuando De la Sota intentaba llegar al cumpleaños en Córdoba de una de sus hijas.
“Mirá, hay gente que vive a fondo en todo sentido, y el Gallego fue uno de ésos. Venía a mil y se dio un palo tremendo. Todos lo lamentamos muchísimo”, le dijo a este diario un joven trabajador de la Casa de Gobierno conocida aquí como “el Panal”: un edificio de piedra blanca y líneas curvas, inaugurado en 2011 por Juan Schiaretti. En el hall de entrada se montó la capilla ardiente con paneles claros y por allí desfilaron cientos de personas que hicieron cola sólo para tocar el cajón y santiguarse.
“A mí me ayudó y me salvó la vida –aseguró a PáginaI12 Isabel, de 84 años–. Me estaban por rematar la casa y me dio plata para que no la perdiera. La mujer, de larguísima cabellera negra, apenas podía caminar del brazo de su acompañante, quien también lloraba “la pérdida del Gallego”.
En la extensa explanada, la fila se autoordenaba y aguardaba con termos de mate. Más que desconsuelo, lo que se percibía era estupor: nadie podía creer que De la Sota hubiese muerto. Que “el Gallego esté muerto”. El golpe de la noticia del sábado por la noche perduraba aún en el atardecer del domingo.
En la entrada a la sala velatoria, una de las primeras coronas de flores rezaba: “Olga Riutort y Familia”. La ex diputada y ex esposa de De la Sota no estuvo presente en el velorio. “No está en Córdoba”, repetían los empleados de protocolo. Los presentes florales mostraban nombres como los de Urquía, de la Aceitera General Deheza, la Fundación Mediterránea, pero también el de José “Pepe” Pihén, líder del Sindicato de Empleados Públicos, y Walter Grahovac, ministro de Educación.
A eso de las 17.30 se celebró una misa alrededor del féretro: el jefe local de la Iglesia Católica, Carlos Náñez, flanqueado por el gobernador Schiaretti y Sergio Massa, compartió un responso multicredo ya que se decidió que fuera el Comité Interreligioso por la Paz, el encargado de “encomendarlo a Dios”. Así, protestantes, musulmanes, judíos, y católicos ortodoxos, entre otros, bendijeron “el viaje a la eternidad” en varios idiomas, con el fondo de una gigantesca cruz de madera, con un Cristo crucificado de metal plateado, que brillaba intensa por los reflectores de luz tan blanca como fría.
“José en hebreo significa el que suma”, dijo el rabino; José, Iusuf en árabe, significa el elegido, completó el Imán. Con el rostro hinchado por el llanto, la última compañera de De la Sota, la diputada nacional Adriana Nazario, intentaba mantenerse en pie; como también lo hicieron a lo largo de la jornada Candelaria y Natalia, dos de las tres hijas que el político tuvo con su primera esposa, Silvia Zanichelli (la más pequeña se ahogó a los cinco años en la pileta de natación de su hogar de entonces).
Por la mañana habían pasado los radicales-PRO Oscar Aguad y Mario Negri, el intendente cordobés, Ramón Javier Mestre, y el hijo de Eduardo Angeloz. Por la tarde estuvieron la diputada por el Frente Cívico Gabriela Estévez y el legislador Martín Fresneda.
Todos coincidieron en “la gran pérdida de un político de raza”, y resaltaron “todo lo que podría haber sumado en este tiempo tan difícil un hombre de su experiencia y sabiduría política”. Fresneda dijo portar “un saludo de la ex presidenta (Cristina Kirchner), quien no ha podido llegar ya que está en El Calafate”.
El gobernador Schiaretti acentuó, además de todo eso, su calidad de amigo personal: “El era mi amigo. Mi amigo de toda la vida”, repitió y lloró desconsolado con las manos apoyadas en el cajón, mientras su esposa, la diputada nacional Alejandra Vigo, intentaba consolarlo.
Espalda con espalda
Afuera, dos militantes, Daniel Salde, de 59, y Leonardo Nunciatto, de 72, dijeron a este diario que “con él se va uno de nuestros líderes carismáticos, esos que tienen perseverancia y son innovadores. Al Gringo (Schiaretti) lo apoyamos, pero el Gallego era el Gallego”. Con sus diferencias, aparecieron siempre como un homo-gestalt: eran dos, pero fueron uno. Mientras Schiaretti reivindica a los “30 mil compañeros desaparecidos” y se sienta en los actos públicos y en los juicios por delitos de lesa humanidad junto a Sonia Torres, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, De la Sota jamás asistió a una audiencia desde 2008, cuando comenzaron los juicios a los represores de la última dictadura cívico-eclesiástico- militar.
En su dinámica política de estos últimos días, mientras Schiaretti le palmeaba la espalda a Mauricio Macri en Río Cuarto; en Buenos Aires se hablaba de reuniones entre Cristina y Máximo Kirchner con De la Sota. El dúo mediterráneo, siempre unido, en un permanente espalda contra espalda, tenía huevos en varias canastas del arco político nacional en medio de una crisis que aún no tocó su piso. El cordobesismo también fue esto: Schiaretti reivindicó a los “30 mil compañeros desaparecidos”; De la Sota no sólo abonó cada vez que pudo la teoría de los dos demonios, sino que repitió que “las Abuelas y las Madres tendrían que haber cuidado mejor a sus hijos”, responsabilizándolas tácitamente por lo que les sucedió.
En esa línea y a la muerte del dictador Jorge Videla, hasta propuso “negociar la conmutación de penas” de los genocidas por información sobre los desaparecidos. Hace tiempo, el querellante Claudio Orosz recordó ante este diario que durante los juicios la sobreviviente Patricia Trigueros lo señaló como uno de los “comandos civiles de brazalete verde” que actuaron en 1974 en el “Navarrazo”: el golpe de Estado policial –único en la historia argentina– que derrocó un gobierno constitucional de los peronistas Ricardo Obregón Cano y Atilio López.
En sus roles de gobernador, de candidato, de hombre que vendía trajes, que se reconstruía y armaba año tras año, a De la Sota le gustaba definirse como “heredero del Perón que se abrazó con Balbín. El que volvió. el que dijo que había que unir a la Argentina”. Sí, del tercer Perón. ¿Del peor Perón? Quien sabe. Lo concreto es que con sus luces y sombras, yerros y aciertos, cientos de miles de cordobeses están despidiendo, atónitos ante el arrebato de la muerte, al líder peronista cordobés más importante de los últimos 25 años. Y eso sí que no tiene discusión.